sábado, 29 de diciembre de 2007

El teatro de la vida- Por Osvaldo Bayer

El ser humano no se rinde. Nunca. Sale a la calle cantando. En la alegría, pero también en la protesta. Qué hora hermosa pasada en la escuela Andrés Ferreyra de esta ciudad. Con gente del barrio, de los barrios, en el escenario. Un grupo de teatro comunitario. Vecinos que se unen para hacer teatro. Para llenar de ilusiones las cabezas de los niños, de los padres, de los abuelos. Todos juntos allí. Unos para los otros. Los aplausos interminables. Matemurga se llama este conjunto. A los espectadores, desde el primer minuto, nos transportó a la historia de la generosidad: los trabajadores que salieron desde siempre a la calle para lograr, con la solidaridad, la justicia necesaria para la dignidad.Descorrieron el telón y aparecieron: rostros que vemos todos los días en nuestras calles, pero ahora cantando, con expresiones de decisión, de lucha, de fuerza, intrépidos. Mujeres que levantan el puño para defender a sus hijos del hambre, hombres que se unen para decir basta a la humillación. Todo en el canto del pueblo. Desde una tradicional canción guaraní hasta “Quién quemará las últimas banderas”, cuando la Argentina lloró a sus desaparecidos. Todo el mundo representado, todas las ideologías, un solo fin: la justicia. Desde La Marsellesa al cielito de Hidalgo, del “Addio Lugano” de los anarquistas a la payada libertaria, de la mexicana cucaracha a la Internacional. Y la emocionante “Hijo del pueblo”, cantada a toda voz. Y comenzaron a brotar las lágrimas en el público con “Bella Ciao”, y con las canciones de la España republicana contra el franquismo fusilador de poetas. Un punto culminante: el himno de los partisanos del Ghetto de Varsovia, levantamiento heroico hecho a pesar de que estaba todo perdido. Para luego ya entrar en nuestra época. Con nuestros obreros del frigorífico Lisandro de la Torre, de 1959, la llegada de Fidel y las canciones que retumbaron por las calles argentinas en aquellos años sesenta y setenta en las gargantas de nuestra juventud. Y todo terminó con la gran mezcla de todas las voces de todos los tiempos. La historia de derrotas que conlleva la esperanza más bella y optimista. Un arte vital, el que pudimos ver en ese patio de la escuela. Se aplaudió, se aplaudió, se aplaudió, y todavía deben quedar los ecos del aplauso de los tiempos. Teatro en una escuela. El arte enseña.Gracias, Edith Scher, que llevaste a cabo la dirección general, y a todos los del escenario: niños, adolescentes, jóvenes y viejos jóvenes. A todos esos rostros vivos y esas voces que quedaron en nuestros oídos, que nos volvieron, desde el proscenio, a la vida activa. Teatro Comunitario. Ya lo habíamos visto en el desolado Patricios, ese pueblo bonaerense despojado por decreto de la dictadura de su industria ferroviaria. Pero que se defiende contra el tiempo y con la mitad de sus casas vacías, con su teatro comunitario que representa cómo era su existencia antes, llena de energía, cuando los trenes traían vida en sus rieles del eterno progreso. Teatros comunitarios, otros himnos a la vida. Corre sangre bien noble, del pueblo, por sus venas.

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